Cuando un hombre ama con el corazón 

 Realmente me sentía joven, cargado de ilusiones y ganas de vivir con intensidad mi relación de pareja. Ella, Sara, era una mujer de pelo abundante y negro con un brillo azabache, ojos grandes y expresivos que transmitían una alegría desbordante por la vida.
    El lugar de la cita, bajo un pequeño reloj del paseo. La hora, las cinco de una tarde gris y lluviosa.
    Ella llegó muy elegantemente vestida, como siempre, falda de tubo azul oscura que se ceñía perfectamente a su figura y una blusa blanca con encaje en el cuello que ayudaba a resaltar la finura de los rasgos de su cara. Calzaba unos tacones espectaculares y cuando me vio,  su sonrisa iluminó la calle y mi alma.
    Recién entrado el otoño los árboles aun conservaban el follaje que, sin embargo, ya estaba cambiando de color hacia tonos más marrones y amarillos.
    Cuando le ofrecí mi brazo para caminar, ella lo asió con delicadeza y, tras el saludo de costumbre con dos besos incluidos, me preguntó por Roberto, mi pequeño hijo huérfano  de tres años.
    - Roberto se ha quedado en casa de su tía Isabel, ayudándola a hacer una tarta para su cumpleaños.
    - Ah, qué bien! Cariño, ¿entonces tenemos la tarde para nosotros?
    - Sí. Pero a las nueve tenemos que pasar a recogerle.
    - ¡Genial!
    Eran poco más de las cinco y tres minutos cuando, y como si una enorme aspiradora la hubiera sucionado, Sara salió despedida de mi lado hacia un destino cruel. Sentí un deseo inconsciente en su mano por aferrarse a mi brazo, pero aquel camión inmenso me la arrebató con todo.
    Gritos, horror, sangre, desgarro, incomprensión. Todo en unos pocos segundos.
    Ambulancia, médicos, hospital, quirófano, tensión, sufrimiento. Un cúmulo de instantes continuos y reales, por desgracia.
    Mi Sara, mi amor, estaba luchando por quedarse. La gran cantidad de fracturas  y  sobretodo la incertidumbre del resultado me carcomían y me sumían en un estado casi de embriaguez inconsciente.
    Ya entrada la noche, uno de los cirujanos que habían participado en las múltiples operaciones se dirigió a mí. Tenía los ojos hundidos por el cansancio y la expresión de su cara no era muy halagüeña. De súbito dijo:
    - ¿El señor Torregrosa?  ¿Julio Torregrosa?
    - Sí.
    - Verá don Julio, soy el doctor Juan Ruiz, uno de los doctores que ha intervenido a su pareja. Tengo dos noticias que darle. Una buena y una mala. La buena es que hemos conseguido estabilizarla y que existe un porcentaje muy alto de que salve la vida. Y la mala, es que va a estar postrada en una silla de ruedas de por vida, debido a las múltiples fracturas que se le han producido en la columna y que le han afectado tanto a la médula como a numerosos nervios adyacentes.
    Sentí como una roca inmensa me aplastaba el alma y las lágrimas escaparon con inusitada abundancia de mis ojos. Con rapidez me sobrevino la imagen de mi amor, paralítica en una silla de ruedas, arrastrando una vida sin ilusión, con la cara taciturna, melancólica. ¡Oh, dios mío! ¿Por qué?
    Era una tarde soleada y Sara muy contenta me enseñó un bikini rojo que acababa de comprar.
Su cara emanaba dulzura y confianza En aquellos cuatro años, ¡habíamos luchado tanto para llegar hasta allí!
-Vas a estar preciosa, mi vida.
    Le ayudé a ponérselo y cuando estábamos a punto de salir hacia la playa, frente a la puerta me atrajo hacia su silla y rodeando mi cuello con una mano, hizo que aproximara mi cara y me regaló un beso suave y amoroso susurrándome después: "Amor mío no has abandonado el barco a pesar del accidente. Eres mi gran capitán."

Comentarios

  1. Entrañable y sensible entrada!!
    Entiendo el "amor" como el sentimiento natural, leal y espontáneo que fundamenta la aceptación y el respeto a la vida, lo natural y a las vivencias desde la razón.

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