Urbanitas


    Me han dicho que nací en primavera. Un día tempestuoso, con abundante lluvia y viento turbulento. También me han dicho que era muy pequeña pero hermosa, que nada más nacer abrí unos grandes ojos verdes que se llenaron rápidamente con las imágenes familiares que, durante tanto tiempo, impregnarían mi retina.
    Realmente tuve suerte, porque la suerte nos acompaña desde el mismo momento de nacer, para bien o para mal, pues desde mi atalaya tenía unas vistas espléndidas, aunque al principio me daba un poco de vértigo mirar hacia abajo. Poco a poco, me fui acostumbrando y pronto sentí una intensa necesidad de pisar el suelo, que ya nunca me abandonaría.
    Vivía en un barrio marinero de pro, de toda la vida y tenía muchas y grandes amigas que fueron creciendo conmigo jugando con el viento, con la luz y contemplando luminosas albas, cielos enrojecidos por el Sol y lo que más nos gustaba -los firmamentos llenos de estrellas- que con el tiempo aprendimos a diferenciar gracias a las historias que nos contaban nuestros mayores.
    A mí me gustaba vestir moderna y mi traje preferido era uno de dos tonos verdosos, con una gran nervadura que se me ceñía perfectamente y marcaba mi joven y esbelto cuerpo. Me hacía sentir segura y llena de energía ante mí misma y ante los demás.
    Un día de verano, a media tarde, sentí un olor desconocido e intenso, entre ácido y afrutado, que hizo que mi vello se erizara por un momento. Aq uel raro aroma subía desde la calle, así que me asomé y vi, tumbado en el banco que había justo debajo, un hombretón muy desaliñado. De una de sus manos pendía una caja de la que iba goteando un líquido oscuro que sin duda era el origen del nuevo olor.
    Tomaso, que era el nombre con el que él se autodenominaba en sus monólogos, se pasó más de dos meses dormitando en aquel banco y nos contó mil y una historias, casi todas desgraciadas, aunque la que más hondo me caló fue la de su hija.
    Uno de tantos días en que Tomaso, tras recorrer las calles y las basuras, fue a descansar y a seguir consumiendo su caja de alcohol barato a nuestro banco, tumbado boca arriba y con los ojos en blanco, con su raído sombrero haciendo de almohada y con su incalificable ropa semiprotegiendo su cansado cuerpo, comenzó a llorar en silencio lágrimas de dolor profundo y al rato como una suave brisa sonora sacó al aire la historia de su hija Almudena, la cual murió en un accidente de moto, un accidente horrible en el que un camión la pasó por encima y la destrozó.
    Creo que entonces es cuando comencé a hacerme todas esas preguntas existenciales; ¿qué hacemos en este mundo?...¿Para qué vivimos?. etc. Y no habiendo recibido una educación religiosa no supe qué contestar.
    El tiempo, que diluye tantos pensamientos, hizo que me preocupara más de otros asuntos. Por ejemplo, a eso de las siete de la mañana me gustaba ver a todos los repartidores recorrer el barrio que, desperezándose, comenzaba su nuevo quehacer diario. Poco a poco, las tiendas se abrían y comenzaba el "juego de los olores".
    También recuerdo con nostalgia aquellos atardeceres en que una joven pareja se demostraba los sentimientos con largos besos y caricias debajo de mi ventana.
    Pero, ya veis el tiempo pasa y pasa y mis vestidos fueron cambiando a tonos más otoñales y un buen día, mejor dicho un día con un aire prodigioso, comencé a volar. ¡Qué cúmulo de sensaciones! ¡Aquello era extraordinario! De repente, me vi en el aire sin nada que me atase y el mundo era maravilloso. Cuando alcancé el suelo vi cumplido el deseo de mi vida y me di cuenta de la cantidad de amigas que ya habían llegado y también de otras muchas que viajaban alegres y se iban posando aquí y allá.
    Cuando estaba hablando del viaje con una amiga con un imponente traje amarillo se cruzó en mi camino aquel niño con cara de ángel, me cogió y me llevó a su casa.
    Y aquí estoy con otras amigas que se llaman como yo, pero que no se parecen en nada. Eso sí, son muy listas y cada una de ellas sabe un montón de palabras que lleva escritas. Si no fuera por el hecho de que hay muy poco espacio y tenemos que estar todas muy juntas y muy rectas estaría de maravilla. Mis amigas dicen que su casa tiene un nombre muy especial; se llama libro.

Comentarios

  1. ¡Precioso, Eduardo! Desconocía esta faceta tuya de escritor. ¡Enhorabuena! y... te animo a seguir haciéndolo.

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