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PIEL DE MELOCOTÓN iLa maleta! Esa no es mi maleta. Se parece pero la mía es de tela verde y está medio rota de tanto tute. La cinta transportadora sigue rulando y los contenedores de ropas y demás útiles siguen girando en ella. Manos raudas, más grandes y firmes, blancas, temblorosas, otras llenas de manchas por la edad van despejando ese movimiento circular y luego los pasos se encaminan a la salida entre risas nerviosas, cansancio, expectativas de nuevas aventuras. Y... sigue la rueda rodando, ahora en los coches, autobuses, taxis.. El destino conjunto en el aire se va diversificando. Esas vidas continúan sus caminos con distintos objetivos, suertes varias. Yo ya llego a mi calle. Busco las llaves de casa y súbitamente el llavero cae al suelo del taxi. Lo cojo, pago, me despido tras cargar con mi maleta, que por fin apareció y subo de tres en tres los escalones hasta llegar a la puerta. Mi
Ojos de hambre Tenía los ojos inyectados en sangre, apenas tenían brillo. Tirado en el suelo, al lado del cajero automático, aquel hombretón que despedía un olor repugnante, me transmitió una amargura absoluta. Normalmente soy poco generoso con la gente que va pidiendo por la calle. Pienso que muchos van a utilizar el dinero que les dé para malgastarlo en alcohol o en alguna otra sustancia estimulante. Aquella tarde de invierno sus ojos no me dejaron lugar a la duda. Aquel hombre necesitaba ayuda y yo me iba a erigir en superhéroe convencido. Experimentaba una agradable sensación de ser útil, generoso, pero, al mismo tiempo, "no iba a fallar" como aquella vez que le di dinero a una joven para que comprara un bocadillo y, después de jurarme y perjurarme que lo iba a hacer, se lo gastó en ... Atravesé la plaza del Ayuntamiento a lomos de un caballo blanco alado. Me interné sin temor hasta lo más profundo de la calle Mayor.
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